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Audio Stop 212

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Close to us, six people, all nude with light skin, stand or lie intertwined with snakes on a bank of rocks in this horizonal painting. Beyond them, the deep, distant landscape has a brown horse, tiny in scale, headed for a city of stone buildings beneath a vivid blue sky filled with twisting white clouds. The people’s bodies are sinewy and elongated, and their skin is painted in tones of ivory white, warmed with peach highlights and streaked with deep gray shadows. At the center, a man with a white beard and white, curly hair lies back on the charcoal-gray rock with his knees bent and his shins splayed out. With his body angled away from us to our right, he holds the body of a long, silvery-gray snake in his left fist, on our right, down by his hip. The snake curves behind the man’s body and he grips the snake behind its head. The man has high cheekbones and sunken cheeks, and rolls his eyes up and back to look at the snake, whose wide-open mouth nearly touches his hair. To our left, a cleanshaven young man stands with his body facing us but he arches back, holding an arcing snake in his hands. The young man’s right hand, on our left, bends at the elbow so he can grasp the snake’s tail and his other arm stretches straight back, holding the snake’s body as it curls around so its fangs nearly reach the young man’s side. To our right, next to the older man, a second, dark-haired young man lies on the rocks with his head toward us. His feet are on the ground, so we look onto the tops of his thighs. He lies with one hand resting on the ground, overhead. Three people seem to float, feet dangling, alongside the right edge of the painting. The person closest to us looks onto the writhing people in profile, back to us. A second person just beyond also looks to our left. A third head turns the opposite direction and looks off to our right. In the distance, the golden-brown horse is angled away from us, one front leg raised, on a path that moves from behind the rocky outcropping to the far-off town. Nestled in a shallow valley, buildings in the town are mostly painted with rose pink and red walls and smoke-gray roofs. The land dips to a deeper, green valley to our right, lining the horizon that comes two-thirds of the way up the composition. The standing people are outlined against the sapphire-blue sky and knotted, gray and white clouds.

El Greco (Domenikos Theotokopoulos)

Laocoön, c. 1610/1614

West Building, Main Floor — Gallery 28

La célebre poeta Teri Cross Davis y la curadora de pintura italiana y francesa Gretchen Hirschauer analizan la humanidad y las emociones que revela la representación que hizo El Greco de la leyenda de Laocoonte.

 

 

Transcripción de audio

NARRADOR:
El artista El Greco realizó esta obra en España, alrededor de 1614. En el cuadro se representa la muerte de Laocoonte, el hombre de barba en el centro, durante la guerra que lucharon los antiguos griegos contra los troyanos.

GRETCHEN HIRSCHAUER:
Laocoonte era un sacerdote troyano que se metió en problemas cuando arrojó una lanza al Caballo de Troya, que se ve muy pequeño en el fondo.

Soy Gretchen Hirschauer, curadora del Departamento de Pintura Italiana y Española.

NARRADOR:
El escritor romano Virgilio contó cómo los griegos ocultaron una unidad militar de élite dentro de un caballo de madera gigante que dejaron fuera de los muros de Troya. Luego simularon zarpar derrotados. Los troyanos, triunfantes, jalaron del caballo y lo metieron dentro de los muros de la ciudad. Al amparo de la oscuridad, los soldados griegos salieron a hurtadillas y abrieron las puertas de Troya a sus camaradas.

Según Virgilio, Laocoonte había intentado en vano advertir a sus compatriotas sobre el caballo, incluso al arrojar lanzas a sus flancos de madera. Al hacerlo, provocó la furia de la diosa Atenea, protectora de los griegos, sobre él y sus hijos.

GRETCHEN HIRSCHAUER:
Entonces la diosa, en represalia, condenó a muerte a toda la familia (el padre y los dos hijos), quienes fueron asesinados por serpientes.  

Lo primero que veo cuando miro este cuadro es el rostro de Laocoonte.  Y esa especie de agonía en su semblante, la angustia.  Sabe lo que está por ocurrirles, no solo a él, sino también a sus hijos.

TERI CROSS DAVIS:
Y en ese momento lo compadezco mucho, como padre. Sabe que está perdido, por su deseo de hacer lo correcto.   

Mi nombre es Teri Ellen Cross Davis. Soy poeta, y también soy la curadora artística y gerente de programas de poesía de la serie de poesía O. B. Hardison en la Biblioteca Folger Shakespeare.

Hay una forma de entrar en cada arte. Para mí, nuestras propias experiencias humanas abren esa puerta. Yo puedo mirar esto y decir: Conozco el dolor de ese padre, su pena, su angustia. Soy una mujer negra en Estados Unidos y me preocupa la seguridad de mis hijos todos los días. Para mí, lo que hace que un poema funcione es la humanidad que expone. Y es lo que hace que este cuadro funcione: la humanidad que expone.
 

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